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El dinero y la muerte son capaces de conseguir en las personas lo que la inteligencia que, supuestamente éstas poseen, no es capaz de hacer.
El atentado del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU. logró que se considerase el terrorismo como parte de la globalización y no como un problema local en el que cada país debe luchar contra él individualmente.
El 13 de diciembre de 1992 la marea negra producida por el petrolero “Mar Egeo” en Galicia (España) sirvió para que el 19 de noviembre de 2002 sucediese lo mismo con el petrolero “Prestige”, también en Galicia. En 1992 España estaba gobernada por el PSOE y en 2002 por el PP, sin embargo, al no haber personas muertas en ambos desastres (en cambio, si murieron muchos animales y plantas), los políticos incompetentes de ambos partidos no trataron de impedir que un desastre como ese sucediese de nuevo.
Con los accidente de tráfico sucede algo similar. Hasta que en una curva peligrosa mal señalizada no se producen varios accidentes mortales, los políticos ni se preocupan ni se ocupan de solucionar el problema, tan sólo lo denominan “punto negro” de tráfico.
Otro ejemplo. Si una enfermedad afecta sólo a unos pocos miles de personas, ni los gobiernos ni las empresas farmacéuticas dedican tiempo y dinero alguno a la investigación de dicha enfermedad. A no ser, que entre esos miles se encuentre un familiar o una persona de la “alta suciedad” (está bien escrito: suciedad).
Para establecer la gravedad de un problema social se utiliza la muerte como unidad de medida:
En libros y películas de ciencia ficción, un ataque extraterrestre pone en peligro la vida en la Tierra y los países se unen para luchar juntos y salvar a la humanidad del abismo. Será ciencia ficción, pero es bien real que las personas nos unimos sólo tras grandes desastres.
También en nuestra vida personal, prueba de ello es tras la muerte de una persona la familia se une, eso sí, hasta que la muerte pasa al olvido, lo cual sucede pocos días después. Igual que en política los desastres naturales se olvidan en el momento que los medios de comunicación dejan de considerarlo noticia.
Si mueren 3 personas en un accidente de tráfico, lo vemos en la TV y decimos “jo, qué tragedia!”. Si la siguiente noticia es que han muerto 34.000 en un terremoto en Pakistán, comentamos “jo, qué tragedia!”. La reacción no es proporcional, pero es que nuestro límite de reacción es bajo.